Samuel Cárdich
Nationality: 129
Email: cardickin@yahoo.es
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Samuel Cárdich
Samuel Cárdich, nació en la ciudad de Huánuco en 1947. Ha sido director departamental de cultura y profesor en las universidades Daniel Alcides Carrión (Pasco) y Hermilio Valdizán (Huánuco). Ha publicado libros de poesía y narrativa (cuento y novela), así como textos de literatura infantil y juvenil.
Entre sus libros de poesía se encuentran Hora de silencio (1986), De claro a oscuro (1995), Mudanza (poesía reunida, 1999), Último tramo (2002), Blanco de hospital (2002), Puerta de exilio (2008), La mella del tiempo (2014) y Agua de gotera (antología, 2016). Poemas suyos han sido traducidos al croata por Srecko Sic, y los libros Blanco de hospital, al portugués, por Alessandro Atanes, y, Puerta de exilio, al italiano, por Alice Belessi y Beker Simón Fabián. Sus textos poéticos han aparecido en diversos medios de información cultural, entre ellos la revista Caravelle-Cahiers du monde hispanique et luso-brésilien. Ha obtenido premios y menciones de honor por sus libros de poesía.
PAISAJE CON MOLINOS DE VIENTO Y QUIJOTE TRISTE
En una estampa europea hay un campo de tulipanes
rojos, y al fondo, unos molinos de viento
con las mismas aspas enormes que levantaron
por los aires al iluso Quijano,
cuando intentaba con su lanza endeble
echar por tierra lo imposible.
Es un cromo de Holanda, un país de agua,
hecho a las flores y suave al tacto como una holanda.
Los tulipanes reverberan con el sol
y están como mecidos por el viento, que pasó
rozando sus pétalos para probar
que no era ilusión esa belleza.
Como todos los tulipanes, los rojos
también carecen de aroma, pero lo que no dan
en fragancia lo entregan al doble en su color:
un rojo intenso, que suele ser, por lo general, apasionado.
Cuando tomaron la vista, las aspas de los molinos
deben haber estado moviéndose
y silbando con el viento. Pesadas aspas
que giraban con dificultad
tratando de sacarle a la brisa ligera una canción.
Tal vez nostálgica, como la balada
que escuchaba en un café aquel hombre
entrado en años,
mientras aguardaba impaciente una visita.
Sobre su mesa había una rosa roja,
fresca aún y libre de espinas, que iba a poner
en manos de una mujer, tal vez hermosa y muy joven.
Estaba ahí, mustio de tanto esperar.
Aguardando el arribo de quien no viene o se fue
por otra ruta sin hacerle oír
una respuesta, la promesa por cumplir
que iba a ayudarle a remozar la edad del corazón.
Desde una perspectiva realista,
un hombre no está solo cuando tiene alguien
que lo espera o está a punto de llegar.
Pero aquel lo estaba: aguardando la llegada
del acaecer imposible, semejante a las pesadas aspas
de un molino que chirrían
tratando de sacarle a la brisa ligera una canción.
Y triste como Quijote
cuando la noche se le iba entrando a más andar,
y allende el camino le esperaban solo
las comarcas conquistadas
por las violentas hordas de la realidad.
CASA DE NADIE
Aseguraron bien las puertas y ventanas
para que los eventos del pasado
se quedaran confinados y no los siguieran
aullando como perros. Y se marcharon en tropel,
dejando la casa vacía a su suerte.
Allá, en la morada de los extramuros,
hubo antes una mujer y su hombre, más una niña
pequeña que con su voz nueva
era capaz de estremecer los cimientos de la casa
con una trepidación humana.
Sumados la gente y su morada,
hacían cuatro y una familia con suficiente amor
para atravesar juntos el más crudo invierno.
Pero un día los tres se fueron
sin que nadie supiera lo ocurrido, qué hecho oscuro
o de dolor los arrojaba de la casa.
Con el paso de los años, la mano del tiempo
abrió uno a uno todos los candados
y ahora es una casa descubierta, sin dueños,
una casa de nadie.
El viento entra y sale a su entera libertad,
y las lluvias del verano han hecho crecer
en el patio las ortigas; la mala hierba
se alza en cada habitación para negar la vida que hubo
en esa casa: un hombre y una mujer,
más una niña pequeña que sabía cantarle a la esperanza.
Entre los últimos vestigios, aún queda afuera
la puerta de la calle.
Cada vez que sopla el viento, se golpea
contra sus jambas, llamando a los dueños,
como diciéndoles: “¿Qué hacen lejos?
¡Vuelvan! El ventarrón del tiempo ya limpió
los malos recuerdos, el dolor
se fue huyendo por puertas y ventanas”.
Pero nadie responde a su llamado
ni da noticias de la suerte
que corrieron sus antiguos habitantes.
Mas la puerta de la calle aún tiene fuerzas
y se golpea contra sus jambas
llamando noche y día, sin descanso.
JAZZ CASUAL
Sonidos en la noche
Ralph Gleason
Espirales de humo de tabaco y sed de una noche
recia, que abra de par en par
la música que lleva a la fuga del ser,
al instante para siempre. A su tema: el desarraigo.
Sonidos que hacen levitar el cuerpo del alma,
y después de ponerla un metro
por encima del suelo raso, la entregan
al pasmo con su chisporroteo de notas de locura
que instilan en la vía áurea
del oído dos gotas de su veneno de vivir,
de su entramado de trinos y cadencias.
Jazz: fragmento de cielo en las notas de un piano
o saxófono o trompeta o guitarra
o tan solo en el solo de una voz áspera
y dulce y macerada,
año tras año, en el alcohol de su vaso de dolor.
Melodía de ave negra, y más aún, nocturna,
que rasga el viento y desaparece
tras su canto por el aire tejido de sombras
y se va rasante por callejas atiborradas
de botes de basura, que hurgan gatos salvajes
bajo una luna sucia, bajo un cielo sucio
y triste como el relincho de un caballo perdido
en la inmensidad de una llanura.
Resto de una copa rota, que contuvo harto vino
y ahora es puñal, tajante astilla de cristal que apura
un certero corte en el gaznate; mas
como la vida, termina y se recrea una y otra vez,
y en sí misma se ensimisma,
se vacía de todo, se llena de nada.
Jazz.
Música en cueros, desnuda de atavismos,
expatriada del mundo
por tener el alma augusta. Injerto de la pasión,
coito largo y adrede sin acabar, llévame
ahora mismo a la ribera extrema donde pueda descansar
la boca de la sierpe que me sobrevive
mutante en la tiniebla del
día y que se vaya, me abandone, reptando triunfal en
la noche reciente, fresca, con
su nueva piel brillante; ¡oh, yeah!