Juan Daniel Ramos Sánchez
Ha escrito dos poemarios: “Historia de la Ausencia”, en marzo de 1987 que vio luz en 2008, después de dos décadas. “Herminia de la Victoria”, es el presente libro concebido a lo largo de tres años. En 1972-1973 creó y dirigió un grupo de poesía en movimiento con compañeros y amigos de la escuela Vocacional número cinco del IPN, que a la fecha disfrutan amistad y poesía en la Sociedad de los Poetas del Viento, Agua y Luz, instigada por él en el año 2007, y cuyos trabajos siguen de modo regular en el 2009, dando cabida a la presentación de libros de poesía originales e inéditos.
Se formó en la Escuela Superior de Economía del Instituo Politécnico Nacional (IPN), posgraduado del Centro de Investigación y Docencia Económicas, estudió el doctorado en la Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y es investigador invitado del Centro Fernand Braudel de la Universidad Estatal de Nueva York.
Ha sido profesor de varias escuelas de educación superior como la Universidad Autónoma Metropolitana Xochimilco en 1984-1985, la UNAM-Facultad de Economía en 1991, y la Escuela Superior de Economía 1985-2009. Por su trabajo académico ha sido reconocido con el Premio a la Investigación en el IPN 1991, Premio a los Mejores Ensayos de la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior 1996, miembro del Sistema Nacional de Investigadores 1991-1993.
Los Glaciares
(Calafate, Argentina)
I
Que fortuna pasar el tiempo como página de libro,
cruzar una frontera,
mantener los pies en tierra,
oler la tierra mojada,
ser un parlante que habla su propio idioma,
sostener la bandera de la esperanza.
Traspasar el tiempo
e ir sin bordes hacia tu lado,
labios que esperan el candor
del tiempo transcurrido.
Vivir un año nuevo
en el vértigo del recuerdo y el presente,
una ventana se abre
y de la luz emerge la guirnalda blanca.
El viento me impulsa hacia tus ojos.
Ir con el nuevo año como piedra tirada
con la fuerza del deseo hacia tus labios,
como referencia del tiempo.
Ir con la vida repercutida en las hojas del calendario.
Ser aún esencia del destino.
Vida buscando tu mirada a las primeras horas,
en las páginas iniciales de los diarios.
Precipitada mañana de un año nuevo
buscando tu voz.
Infalible rocío. Espesura de las nubes.
Observo trazos ligeros que escriben tu nombre
en el barro.
Pasar al año nuevo entre las aristas del tiempo
más antiguo, igual al navegante del tiempo.
Glaciares como vestigios de la era del eco,
no hay sueños ni palabras.
Pero voy hacia ti con blancura del tiempo,
en el vuelo del águila y del cóndor,
con aire frío para golpear tu rostro.
Año que inicia entre las reminiscencias
luminosas de la prehistoria.
Voy a ti en una nube, con la esperanza de
ver el vértice de tus senos e ir
hacia sus hospitalarios y ardientes silencios.
II
Transito el tiempo de un año nuevo,
crepúsculo que nos une en la distancia,
salgo a calles desconocidas que impactan el asombro,
abro la puerta y doy el primer paso.
Inicio el transcurrir de los primeros minutos,
paso sin aplomo ni sombra,
zapato en el andar del tiempo.
Movimiento secular,
huellas cotidianas de mi historia
que nadie observa,
ansias esparcidas en el viento.
Tú eres el destino de los pasos iniciales
y el contexto del alba,
éter que va a los horizontes de una espiral,
de la tierra árida y del lago esmeralda.
Espíritu del alba llenas
el transcurrir del tiempo relativo.
Pasas en el viento y en la velocidad
del primer paseo.
Sólo quedan en el barro
las huellas de los primeros pasos.
Testimonios del amanecer de un año nuevo,
que van anunciando la víspera dispersa
hacia tu destino.
Al frente está tu aura delineada
en las hojas de los árboles.
Andar por el presente tutelar de tus labios y voz.
El tiempo no es otro que ese tránsito
que va de la despedida a tu encuentro,
desvanecidas horas del pasado,
ausencias inconmensurables y dispersas,
interminables minutos y desesperante noche
con la que termina el año viejo.
Con angustia intento despejar la arena,
dividir el tiempo,
escindir el agua,
quebrar la hierba,
pisar la hojarasca,
oír tus palabras en el sonido de cada ruptura;
encontrar el bosquejo de tus labios,
pistas de tus cabellos,
el ángulo donde inician tus comisuras.
Alguien habla de los rastros del tiempo,
de testimonios del pasado milenario,
de piedras errantes,
de estelas en las colinas
que dejó el paso de un glaciar,
del pulimento de las rocas,
del agua pura que alimenta los lagos,
del hielo milenario desprendido en el agua.
El tiempo precipitado en el vacío,
prehistoria sumergida en agua,
la pureza virginal de la tierra
sucumbida en instantes
por el infortunio del daño ambiental,
tiempo formado en la eternidad
que ahora se vuelve agua celeste.
Alguien habla de procesos continuos,
la emergencia primitiva de la tierra.
Sin embargo, sigo navegando en la frescura del pasado,
en meses traídos a mis manos
por la brisa que hace húmedo tu presente.
Sensación de tu presencia transformada en rocío,
presente silencioso que transcurre ante mi vista
y las primeras horas de año nuevo.
Momentos múltiples de mi mirada en tus labios,
como mirando diez años
de una sola vez y para siempre,
así la presencia voluptuosa de tus pezones,
integradores de hálitos recurrentes y
de palpitaciones rigurosas.
Inicio de un año nuevo,
deseando que el espíritu sensual de tu ausencia
caiga en aquella hora inesperada
pero con fundamentos sólidos
y con las raíces ardientes de tu sexo,
inaugurando las horas informales
del tiempo compartido,
en donde iniciará verdaderamente
el año nuevo.
Ante la Tumba de un Poeta
(Isla Negra, Chile, Casa de Pablo Neruda)
El aire trae el mar a nuestras manos
letras inexpresivas,
con la brisa se transpira
la sensación de lenguajes venidos del mar.
¿De dónde venían las poesías?
Sino del temporal de las olas inciertas,
de las piedras negras enmudecidas.
Reposan en sus orígenes las palabras,
se hunden en la arena versos
en territorios del silencio.
El poeta desvanecido aún camina en el mar
para buscar los barcos hundidos.
Los puntos cardinales del agua
señalan las palabras pendientes
escritas en la bruma.
Palabra enmudecida en el agua y la arena,
solemne estirpe de palabras tenaces de su ausencia
que esculpen el silencio de libertad.
Aquí yacen las letras empuñadas de esperanza y
las palabras dadas a la consternación.
Aquí yacen las palabras que se espetaron
a la impotencia de los cirujanos,
también las que cruzaron sus comisuras blandas
y se perdieron en cuartos grises de hospitales.
Aquí se siente la sutil tenacidad de palabras
que quedaron pendientes y vibrantes en el aire,
erguidas en el timón.
El poema comprometido
con la infinita libertad.
Letras que saben a tierra
porque se siente su sabor en los labios.
Las palabras íntimas dispersas y elocuentes,
las sombras inmóviles de la muerte.
Las palabras de un poeta discernidas y
esgrimidas en la sal de la tierra,
en la profundidad de las arenas
que guardan sus restos.
Las líneas que estremecieron la luz,
palabras dadas a los amaneceres,
reventadas en sus comisuras
día a día, dejando testimonios
en el eco de la noche desesperante.
Aquí el lenguaje se hace taciturno,
se transfiere al silencio del dolor,
viene de los pasos vencidos,
de cada aire que dejó de respirar
y que dejó un poema
en estos vientos que no soplan con fuerza,
en estos minutos amargos,
de sentir sus palabras tendidas en las flores.
En los días extremos
de sus poemas que alcanzaron la agonía.
Éstos que se sienten en su tumba,
escritos en mis mejillas
con la sal y el filo de su cruz.
Fortuitas lágrimas tejidas de poemas inescrutables.
Poemas que se viven en la presencia secreta
del viento, en las palabras últimas que dejó
a sus visitantes vagabundos.
Hoy estuve con la ausencia de un poeta.
Reclamé con vehemencia a los cielos las palabras
dejadas tenazmente en fina arena sobre mis brazos,
transportadas de la línea y del papel de su tumba.
Ojos cegados por el desatino,
por las sombras que se quedaron con él,
La brisa trae del mar otros poemas de muerte,
pero también el golpe que dejó
su ausencia planetaria.
Aquí yacen sus restos de proa ante el mar.
El Viento
(Ciudad de Chicago)
I
Un viaje transforma
la dimensión del destino.
Sin embargo, tu compañía fue esencial
para ir al encuentro del viento.
Estar en los aposentos del viento, tejiendo la vida,
atándola en el aire para hacerla indeleble.
El viento es nuestro destino.
Crecer en el cielo, escuchando
de la fuerza del viento
el cantar de la entrega del alma,
la pasión a la vida.
Desplegar el cuerpo en el sonido
que golpea las ventanas y estremece
la memoria por el ruido
de la ciudad del viento.
Cómo dejar que la vida no cambie
si la energía del viento
mantenía la vida en alto, la agitación profunda,
la mirada acogida en tu rostro desprendido,
los misterios que te envuelven
y el simple transcurrir del tiempo.
Es que cuando uno va al vértice del viento
queda prendido en sus estelas para siempre.
Cómo dejar de transitar por los espacios
que albergaron el viento.
Abajo sólo ocurría la indiferencia
de los transeúntes,
ese caminar de los agobios,
las soledades,
los pasos de prisa,
los que esperan el turno de existir,
de ser mirados,
de ser escuchados,
de trayectorias aisladas,
de no ser discriminados,
de pedir dinero para comer.
Cómo no transformarse en viento
si su fuerza produce el movimiento de tu cabello,
la energía en tu rostro,
si remueve las experiencias que nos derrotaron,
llena de alientos impulsados por aire.
Cómo se transforma la vida con el viento,
donde reside la fuerza del destino.
Cómo no transformarse en el viento
si ese era nuestro signo,
a él íbamos temprano,
de él veníamos por la noche
y en él nos perdíamos durante el día.
Cómo no volver a nacer en el viento,
con la comunión de sus sonidos.
Porque del viento éramos
y en él moríamos de éxtasis.
Ahora del viento emerjo
para asumir la tiránica congestión
de las fuerzas que me obligaron
a partir de mi ciudad.
Pero cómo ser yo si el viento
me ha marcado entre sus jirones y sonidos.
Cómo ser yo si el viento me envolvió
en otra congregación de tu voz y cuerpo.
Cómo regreso a mí mismo
si el viento sopla requiriendo
las esencias de la vida.
Cómo ser yo si el viento ya me impulsa
y me llama, hacia las redes ligeras y febriles
donde se entrega el alma,
la noción de lo abstracto y palpable,
del placer y silencio,
del tiempo finito y encantadoramente vivido,
del momento que nos marca para siempre
y es terriblemente efímero.
II
Sin embargo, tú ya no estás para ver el cielo desde lo alto.
Regreso de escuchar blues,
miro cómo al paso de los días ese viento
nos ha llevado tan lejos,
el mismo viento que pasa y regresa,
que nos une para comentar nuestras historias
y darnos en esencia,
el viento que decanta nuestras emociones
para profundizar nuestra compañía,
la palabra transita en el viento,
vivimos para compartir y salir al viento.
Entonces para qué el viento,
si tú te has ido en él
para desplegarte en la ciudad
desde donde viniste.
Para qué el viento si ahora que escribo no estás,
ni se siente ese aire de tus movimientos
ni se escucha tu voz.
La ciudad del viento
se convirtió en tiempo pasado.
Qué viento me ha cambiado
ahora no se mueven las ramas,
ni siento el frío en el rostro,
no se alteran mis sentidos.
Me transformé en el viento.
Times Square
Voy a los altos recintos del cielo
en búsqueda de la unión de lo transitorio
y vibrante de la vida,
lo rápido y prodigioso de un sueño,
de mis soledades y eternidades,
los pensamientos infatigables y
la virtud de imaginarlos,
del origen de los dioses y las religiones,
de lo eterno y efímero de la existencia.
Desde el resquicio de una ventana,
observo al mundo expresado en un momento,
mi vida resumida en el instante del viento
que sopla, en el cambio incesante de los
anuncios electrónicos.
Otoño
Estoy aquí para sentir tus vibraciones
y verdades inquebrantables,
acontecer sublime y luego esplendoroso
que en días calurosos te hundes en la calle
y sales en olores que unen a la tierra con las nubes,
el origen de lo remoto, la esencia antigua,
la evolución de lo perecedero.
Dejo en tu vertiginosa noche
la flama de una esperanza,
el amor extendido al fin de la vida,
el otoño de mi vida en el regazo de tu plaza
y noches en que veo tu alma,
la transformación violeta de los árboles,
los sueños encendidos.
Dejo en tu otoño mi mirada de niño,
mi dignidad encendida.
Times Square dejame conocer la virtud
de tus sentidos y significados,
la posibilidad de andar descalzo
en tus trayectos místicos,
que mi vida siga los instantes
de tus esquinas, avenidas y el tránsito imparable.
Si las luces se encendieran o apagaran
estaría el tiempo.
Si alguna fisura se abriera en la avenida Brodway
estaría el tiempo.
Si un horizonte se amplía y sacude mi persona
estaría también el tiempo.
Por detrás y antes de nuestras palmas está el tiempo.
Invierno
Salgo a caminar por la blancura mágica de la calle
y el humo ascendente de la nostalgia.
Espíritu sempiterno envuelto en frío y nieve
siempre nos acoges, con un manto
de hermandad en el tiempo,
con la nostalgia de todo lo vivido.
Sentir lo relativo y absoluto
de una compañera estando en Times Square,
valorar el tiempo y la oportunidad que nos
da la vida,
como ocasión de la existencia
en el tiempo que nos une,
como rito de conformidad con el destino,
como reconocimiento que siempre habrá
el tiempo y un diminuto instante
para estrecharnos en su eternidad,
para fundirnos en labios que esperan
recuperar los días perdidos,
sueños que antecedieron
y que no conocimos juntos.
Labios con sabor del tiempo,
como cera que se estiliza
y que se funde, cera perdida.
Treinta y uno de diciembre
la celebración del tiempo,
del concepto universal que se transforma
en la piel, el rosotro, la mano y el amor.
Se siente el ardor de la fraternidad en la plaza.
Congregar la noche jubilosa con la que transcurre
una noche vieja y la luz del día en ciernes.
La celebración pasional y desbordada del tiempo:
el que se va, el que viene, el que nos transforma,
el que se expresa en júbilo.
Momento en el que un alcohólico
cae en la inconciencia del tiempo,
en la frontera de lo desconocido,
él se vence en el éter de la luz,
se deja caer en la espesura de la noche,
y los significados de la nada,
en aquella última oración resignada
en que no se espera el mañana
ni un año nuevo
ni vida en agonía,
ni resucitada, instante en que sólo se pide
a la vida que si puede vuelva otro día.
Mientras transcurre el acontecer
absoluto y dolorosamente pasajero en que
camino a tu lado, entre la iluminaciòn incesante,
el interminable júbilo, en el que se enaltece
un whisky, momentos de amor
prodigiosos y efímeros, todo es dinámico.
Todo tiempo es convincente futuro y presente sensible.
Los viajeros se citan en el culto al tiempo,
el misticismo de lo eterno y sublime,
el asombro y la palpitación del reloj.
Desde el círculo de Times Square
observo la nieve.
Primavera
Vertiginosa y radiante luz
donde versa el tiempo.
Luego de días al fin
se ve un pájaro en Times Square.
Observamos el nacimiento del tiempo,
el paso de los andantes y viajeros
por el espíritu del reloj
que acoje la vida y el cosmos,
los destinos de migrantes,
los rostros absortos en la inmensidad
de Times Square.
Caminantes que vienen de rincones de la tierra,
desde los siete mares, por los caminos sinuosos
de la expatriación y la raíz de la esperanza,
para sentir el resplandor de Times Square,
y para venerar el tiempo, único Dios antecesor
y sobreviviente a todos los dioses milenarios.
Verano
Estar ahí con las venas vibrantes,
sentir uno a uno los segundos decantados
con el filo del calor y las gotas de sudor.
Despertar entre los minutos, luces y aurora
que desputan al sol en la ventana.
Dormir en el túnel del tiempo,
donde los segundos nos pierden en la ternura,
en la entrega, en la perdición del tiempo,
sucumbir en el seno de lo efímero y cambiante,
en la fusión de la vida con el tiempo presente.
Darse en vida al universo.
en esta tarde que nos hunde en nuestros abismos,
en tus cúspides,
en tu mirada anhelante del tiempo
en remanso estable y único,
entre lo absoluto de la nada
y la vibración de las avenidas
en que incansablemente el destino sigue,
la gente no cesa de pasar.
Las Olas
( El poema interminable)
Para la Chascona.
“Él puso a su nombre todas las olas del mar”.
De una canción de Joaquín Sabina
Él escuchaba las canciones de Joaquin Sabina, mientras observaba la forma de las olas, entonces comenzó a escribir:
Hay una ola reiterada en el brillo de la arena,
nos recuerda que en el mar no existen naciones ni fronteras,
ni discriminación ni razas ni banderas ni géneros.
Esta ola de serpentinas blancuras y espumosos estandartes,
llama a la libertad y al amor con el mar estremecido,
estruendo de naturaleza.
Esta ola conlleva el resplandor de una ciudad marítima,
la oscuridad sublime deja resplandecer luces,
la luna desvanecida en la blancura de la espuma
cita al tiempo en el que las olas nos vinculan
con la fuerza espiritual del atardecer
o los cielos rojos del amanecer,
hace posible que el sentimiento se trasforme en crestas,
se manifieste en informes blancuras esparcidas en la arena
con irrepetibles formas y discursos.
Esa ola y su sonido abatido en la playa,
nos vincula a la distancia
y comunica en las lejanas riberas.
Esta ola avisa los destinos,
anticipa los sueños,
quiebra el sol en los pies,
confunde el cielo y el mar,
precipita en honduras las diferencias,
a veces socorre la muerte en espuma,
una ola de libertad, conexión y esencia.
Otra ola viene con calma
sin anunciar su llegada, la ternura expresada, cambia la noción de la vida.
Esta ola es tu existencia que no
se expresa en tiempo.
Ola que marca tu humanidad, inmensidad y solidez,
que deja atrás las vacilaciones del quebranto,
la angustia y la superficialidad de los conflictos.
Ola venida del asombro
y la dicha que baña la esperanza
e induce a agradecer a Dios la existencia.
Hay otra ola de esperanza que viene a la arena
con flores informes y blancas,
transición de brechas hacia tu destino,
trayectorias del recuerdo que fríamente van
marcando el porvenir,
donde el amor se dibuja en la arena,
honrando los pies descalzos.
Esta ola me trasforma y hunde en la naturaleza abstracta,
camino incansable por su entera textura,
espuma difusa e irrepetible.
Otra ola viene lenta con el remanso del mediodía
y anuncia la nostalgia.
Aún la tristeza es la extinción de los grandes amores,
la voz inaudible que queda en el aire frío,
en la pasión encendida,
la sensación doliente que permanece en nuestros labios,
ir y venir por los espacios de los recuerdos vibrantes
esparcidos en las olas;
estar con uno mismo reflejándose
en el pasado que no termina,
andar entre olas de nostalgia.
Hay tanta soledad invadida en la arena,
voces que incineran las tardes y desploman
los silencios entre blancas y fluidas albas.
Sin embargo, hay una ola de advertencia,
aquella que su cresta despierta la conciencia,
concita la reflexión profunda,
agua verde que quema la piel,
que habla de la agonía,
mar ríspido que llena la arena de advertencias
ante la inconsciencia e indolencia
con que se contaminan y dañan los océanos,
son olas murmurantes de lamentos,
de fuerzas entrañables de reclamos.
Esta ola nos pierde en el presente,
se abre bajo los pies,
nos hace frágiles,
nos hunde en la arena
y aleja el futuro.
Él continuo escuchando la letra del poema “El Ruido” de Joaquin Sabina, decidió seleccionarlo en la antología de la poesía española del Siglo XXI, y luego puso nombre a cada ola.
A esa ola que venía con brillo
extendido en su cresta como plata líquida,
deslumbrando hilos del mar
unidos al cielo, horizontes radiantes,
le llamó el camino al sol,
porque venía desprendiendo en el agua
una luz esperanzadora
para asumir el destino de los poetas
que se van y no regresan,
aquella luz indica
la hora exacta de la puesta del sol
en que los caminantes del mar
parten las aguas con su andar,
para seguir la vía del sol
y caminar por el sendero a través del mar,
la puerta abierta del cielo hacia el cosmos
y el ocaso silencioso de uno mismo.
A esa ola que venía taciturna,
sin fuerza y dejada a su dinámica,
la nombró nostalgia,
porque contemplada desde lo lejos
sabía que alguna vez tendría arribo seguro,
que con su lentitud llegaría a los pies,
se sentiría en esa hora adversa
en que el tiempo nos devora
y caemos en el abismo de un sueño irreparable,
en una sentida pérdida,
tardes en que ya no hay amor,
que la estancia en el mar se ha vuelto
en abrumadora pena
que nos deja salir a la playa
vencidos y acabados.
Una ola llega sin espuma
ni color de perla ni luz,
simplemente viene
y se acaba en su alcance,
a ésta le puso la advenediza,
porque sin trayecto distinguido
llega a un ocaso rutinario,
singular devenir de tu recuerdo entrañable
en cada ola que
se suscita tu inexorable ausencia.
A aquella ola que siguió su formación
desde el fondo del mar y cielo,
le nombró quimera encendida,
por los fuegos de color oro
que desvanecían a su paso el encuentro
del amor perdido,
la celebridad de la pasión,
la mirada dejada en el tiempo de esa ola
que desde lo lejos alumbra
el encuentro inminente,
anunciando los atardeceres de sonrisas discretas.
Pero hay una ola de ánimo
en que estable el mar se torna,
las luminarias se encienden,
los niños juegan, los ancianos rejuvenecen,
a esa la llamo ola en equilibrio inestable,
porque su movimiento era equiparable al tiempo
que nos hace libres, dando certeza de paz,
la pureza del agua, la permanencia relativa
del tiempo que nos envuelve
para compartir unos momentos de la vida,
cernir la arena con el porvenir de tu presencia,
escuchar al mar inmenso en el caracol
imaginario de tu oído,
los ecos de gemidos que
nos devuelven a la tierra firme.
Tirado en la noche
cuando la marea viene de subida,
espero la ola nocturna,
perdido en el sueño,
insensible del agua,
del viento húmedo,
del aire en los poros,
llegó la ola a la que nombró la muerte,
porque con la creciente marea
simplemente lo alcanzó y llevó al mar oscuro,
sin dejar huella, ni memoria,
plausible viaje de despedida.
Él a otras olas la llamo oración del mar,
al sentirlas en cada mañana
bañar su cuerpo y estremecer su piel,
empezó a decir:
Gracias Dios por un día más en el mar,
por vivir tu presencia en el agua,
por sentir tu energía en las olas
vibrantes de tu comunión conmigo,
en el diálogo con en el mar.
Señor siento tu presencia
en las olas que transcurren por mi cuerpo,
gracias por sentir el mundo azul e intenso
de una ola que incide
en un hombre que espera ser mejor cada día,
sensible a tu existencia que me acompaña
en el universo del agua en movimiento
donde no reside la polución ni la tiranía.
Gracias señor porque en tus aguas
se abre el espíritu de tu existencia,
en el mar nace la aurora de lo posible,
en donde cada uno entra
en comunión personal con tu doctrina,
agradeciendo la vida,
salud, trabajo y la comida.
Dios en cada mañana está tu influencia
espiritual en los mares,
en donde los pescadores depositan sus anhelos,
en tu fuerza de expresión y cordura,
tu generosidad para dar, ver, sentir y oír,
para guardar ese sentimiento
que fluye en las olas en el que ocurre
la sentida gracia de tu bendición
en la vida familiar,
en ese momento transparente
en que la ola permite consumar el deseo
de que el amor nos acompañe
hasta el fin de los días,
de renacer en el mar
para salir imbuido de salud, fuerza
y de tu sentida compañía.
A esa ola la llamó virgen del mar…
A una ola la bautizó con el nombre de
polvo de estrella…
A otra ola la llamo la luz de la esperanza…
Él asistió a la puesta del sol y dibujo con hilos de espuma el vértice de los cuatro puntos cardinales.
A aquella ola le dijo que volviera otro día…
A otra ola la atrapó en sus manos…
Él terminó de escuchar a Joaquin Sabina, sin embargo nunca acabó de escribir éste poema.