Enrico Diaz Bernuy
ESGRIMA LUMINOSA
Poesía
Era un lobo con sed y esa exploración
me convirtió en un Minotauro.
Loco con ese amor dorado, el fuego hacía
su danza que convulsionaba y en el medio
de ese lenguaje febril, me cubrí justamente
cuando mi cuerpo estaba con ella y en ese
vórtice, mis sentidos, como consecuencia
de aquellas caricias y lamidas por las
mismas lenguas doradas que nos iluminaban
flameantes del fuego.
Cuya metodología cuántica, sutil y pura, me
permitió entender que en realidad el todo
en sí, lo que me rodeaba no era más que
abusiones y este paisaje sexual me dejó el
sabor a mar de ella.
Recuerdo su fragilidad, su delicadeza
pindárica, aguerrida, libre, con la filarmonía
de sus labios y mis besos.
En este trámite, esta experiencia de cuanto
era capaz… y esas gotitas tremendas que
recorrían de sudor por mi cuello eran
doblemente humectadas con su lengua.
Sus pechos brillaban con un broncíneo
tono, como una parte del infierno se hubiera
desplegado sobre ella, era como una
montaña de deseos y además era sumisa
y suculenta, y blanda, y suave, y acuosa, todo
ello con esa cabellera enramada, enrulada
de esencias místicas que brotaban desde
lomas intimo de ella.
De todas las formas delataban el alma
que la gobernaba y que sería capaz de
volver loco a cualquier hombre.
La contorción que hacía con sus
caderas, cada vez que la penetraba me
removía como si ella intentara estrujarme
con una sed infinita, la sed que tenía una
hembra excitada, madura, matemáticamente
experimentada, lumbrera de mi destino
y con toda la fuerza de esta historia su amor
me había iluminado.
.
La morada
Tus ojos son en mis ojos.
Mundo de un raudo deseo.
Arcilla fina de mi juicio mordiente.
Arcilla trigueña.
Me dejaste sorber.
Un soplo de nieve derretida.
Que atolondra mi carne.
La fuga siempre desflora la primavera.
El encuentro arde el incendio.
De nuestros frutos atados.
Nuestra sombra una morada.
Evidente de encausar cosechas.
Entonces esto es insigne.
La morada de una noche eterna.