Felix Ramiro Lozada Florez
Escritor, Poeta e investigador con amplia experiencia docente de secundaria en el área de Español y Literatura en diferentes Instituciones Educativas del Departamento del Huila, participación en conferencias, talles y recitales de poesía, ejerciendo el desarrollo de talleres, ponencias y conferencias sobre escritores Colombianos en el país y el exterior. Ha realizado y publicado un ensayo denominando Literatura Colombiana: desarrollo histórico, que abarca desde la época prehispánica hasta la fecha y un estudio y compilación sobre la vida y obra de José Eustasio Rivera denominado una Vida Azarosa y otras publicaciones entre libros sobre mitos, leyendas e historias; poema, cuentos y novela. Con permanente actividad periodística en los medios escritos de la región; actualmente coordina el Magazín Dominical Facetas del Diario del Huila, Director Ejecutivo de la Fundación Tierra de Promisión.
Uno
LA AMANTE CIEGA HABLA DE BOLÍVAR1.
Habla con el corazón herido del hombre de recia mirada y largas noches.
Lo ve sobre húmedo espejo con rizos despeinados jurar en el Monte Sacro2sembrar en los Andes cantos de Libertad.
Lo ve y piensa: sangre y corazón de David3, con pálida frente surcada por seños y sueños, explorar caminos, mares y puertos.
De sus ojos negros, muy negros y avivados, nace la mirada de los dioses
en Ayacucho4, Boyacá5y Carabobo6.
En sus cejas esponjadas, grandes, encorvadas hasta una media luna sonriente, dormitan soles encaballados en distintas tierras.
Su nariz larga, larga, extendida espada de Libertad,
desvela sueños a los invasores, señala coraje de esperanzas,
y unos labios gruesos, sensuales, eróticos, forman su boca redonda, fresca
y vaporosa; incitadora mariposa, que arrea, empuja a Palomo7a través de
recelosas lluvias entre la luz y el inmenso mugir de rayos, vientos y soles
a bordo de montañas y ríos.
La idea de Libertad provoca algarabías de mujeres y hombres
que avanzan sus voces, sus sueños e ilusiones, para forjar otra historia
bajo cielos envueltos de pájaros y miradas agitadas, con banderas venturosas,
sin trompetas, se abren paso y le siguen con enorme aliento
como a un nuevo Jesús.
Bolívar, pecador humilde, babea sus sueños, delira, batalla
y avizora la caída del tirano como gallo de inclemente fanfarria
mientras reinicia, con fulgor de visionario, nuevos combates.
Sus soldados se agitan al lado de cráneos aplastados con lágrimas
ensangrentadas, ceñidas a gélidas nubes negras abrasadas a lamentos.
Bolívar, esperanza de los esclavos, levita, levita en el tiempo de la nada,
deleitado en los ecos de la incertidumbre, en plazas repletas de sueños alivia los ojos cansados de la madreselva que retumba entre cantos de ruiseñores y el rugir de tigres fantasmales.
Bolívar,
Bolivar en la lengua, en la boca de los colonizadores, torbellino de humo,
huracán desmadrado, bandido satanizado, brujo de mil hechicerías
y mirada perturbadora, derrota y enloquece en el vuelo de Palomo,
montaña adentro, lejos, lejos, al colonizador, junto al viento aniquilador
de pieles amarillentas.
Bolívar, maldición borrascosa y misteriosa para los conquistadores,
se encorva y mira en el desastre de la guerra a los que aguardan vencidos,
con dolor, el último suspiro con heridas en el alma y el pecho. Ahora brilla en
palacios, adormecido, donde señores esgrimen su imagen de fondo en el
vértigo de las codicias de los que suponen mejores gestas y buscan, ávidos,
siempre ávidos, fajos que reflejan su cara taciturna.
Bolívar,
vida y luz de América palpa en las sombras a Manuelita,
acosado por el frío del adiós se ahoga en plegarias
y busca, busca en la memoria palabras para la Patria.
Así, el hombre de la noche injuriosa, levanta la frente,
labra su última voluntad
y se desvanece en la soledad de San Pedro Alejandrino8.
Treinta y tres
LA AMANTE CIEGA SEÑALA:
¡He ahí el principio!
¡He ahí el tiempo de la nada!
¡He ahí la hora prima!
¡He ahí el crimen!
¡He ahí las agonías bajo la luna!
¡He ahí la luz ensangrentada!
¡He ahí el fuego!.
¡He ahí los espejos de negras almas!
Fuego.
Fuego furioso de truenos avivados en
madreselvas y poblados aliados a paramilitares,
con cuerpos de pequeños y vagabundos ingenuos combatidos
en -falsos positivos- al coro de grandes contratos estatales
acompañados de niñas de ojos hundidos en desgracias,
petrificadas en bares de luces multicolores
donde el amor, el amor se desgrana en miradas parpadeantes
de corazones demolidos en lamentos, cantos
y vergüenzas en la ciudad.
Lágrimas.
Lágrimas parecidas a hilillos de arroyos sombríos
sobre mejillas erizadas en labios sonrientes,
en manos desconocidas de presurosos amantes
que posan pañuelos olorosos en pechos florecidos
y ven caer miradas taciturnas.
Ni para los ojos de melancólico fuego
ni para los rostros amarillentos
hay rocíos tempraneros
ni espacios para estudiantes indignados.
-¡Vamos! – ¡Vamos!
Hay gritos que ajuchan a perros gordos
a olfatear el trasero de mujeres al otro lado de la acera
donde hombres de camuflados apuntan otro muerto
Treinta y ocho
AL PASO DE LOS AÑOS múltiples y dolorosos monólogos
me han hecho comprender que he recorrido
estas calles con los mismos pasos del leñador
que recoge las ramas para avivar
el fuego de su alimento.
Los edificios, las oficinas y colegios denotan
la miseria y abandono de antaño;
los amigos que aún no han partido alimentan mis nostalgias
y esperan en vano la sombra que surja
de la penumbra en el rostro de cada mujer,
esperan que cruces mis ojos sin sonrisa,
te esperan igual que yo, tierna y frágil como una paloma
herida bajo el frío de la madrugada.
A lo largo de ese viaje he contemplado tus manos y ojos,
he escuchado tu nombre repasado en la melancolía
de unos tragos donde tu cuerpo es almendra de deseo
y las canciones disputan interrogantes al devenir.
Desde el día de tu adiós los árboles de las avenidas
han crecido a la altura de las casas,
mis hijos y los niños del vecindario partieron,
otros hombres y mujeres rigen los destinos de la ciudad,
el país ha cambiado igual a los ensueños de una doncella
y yo, yo descargo mis penas con una botella,
en una joven tierna e inocente que me abraza como la flor de la Musaenda
de su vientre virgen sin esperanza de recibir a cambio una sola dicha.
Y así, así el que ha tenido un amor feroz pronuncia tu nombre,
tiembla mirando la luna del amanecer al paso
infinito de cada regreso infeliz,
con el deseo, la ilusión y las frustraciones
de vivir sin tener el llanto y la alegría que llena
el vuelo de ave compañera en la selva,
en riscos erosionados o en edificios donde señores
y señoras ocultan infidelidades.
Así, así La Amante Ciega levanta tormentas,
levanta cortinas y se pone roja, inmóvil
a la luz de provocadoras miradas.
Treinta y nueve
A LO LARGO DE ESTOS AÑOS me he detenido
en casa de una buena señora que alimenta las esperanzas
de las almas que emergen en penas y lamentos
en noches donde las palabras fluyen a gotas,
parecidas a densos nubarrones
sobre la sangre de fragorosos guerreros.
Me he detenido con ojos perdidos en el infinito
sobre el rostro de la Amante Ciega con el aroma
de sus diecisiete años en las sombras de un bosque de flores
libados por abejas sedientas.
Las abejas despiertan mis anhelos,
conmueven mi espíritu aferrado a sus feroces instintos,
a los gritos que surgen en susurros desde la laguna del sueño,
desde las rememoraciones salidas de golpes
a la deriva en las calles, en las esquinas, en autobuses
que cargan los abrazos y besos de los enamorados.
El trajinar de estas calles lleva al Malecón
donde navega la ilusión y la fanfarria
de colegiales, turistas y prostitutas.
No debía decirlo: en estas riberas rememoro
los cuerpos desnudos pegados a mi piel erizada,
a mis ojos devotos encimados en senos floridos,
a la bruma de un espíritu que se extiende sobre rostros
entregados en la playa donde voces sonrientes
desbordan ternura y pasión.
A lo largo de estos años alegres cantos
me llevan a cielos
donde extrañas músicas
agitan furiosas nostalgias
al lado de transeúntes en penas reclinados
bajo luna sanjuanera.
Cuarenta y cinco
En la tarde me detengo a contemplar el arco iris,
de repente el colorido me ciega y un claro sosiego
estremece mi cuerpo agobiado en años.
Bajo sus colores rememoro sueños.
Un lento cansancio forma oscuras sombras;
las sombras convergen para señalar paredes,
las aceras y las avenidas por donde murmurantes
arrastran el tiempo, matan niños y asesinan esperanzas.
¡Qué extraño! Los colores se vuelven bosques oscuros
rodeados de hormigas y murciélagos deslizados
bajo el reflejo de estrellas fugitivas,
recuerdan la multitud sonámbula, los mendigos
y los ancianos dormidos
sobre las barreras de los sardineles.
En las auroras de la vida,
voces ansiosas reviven lejanas enseñanzas
trituradas en las oraciones de hoy,
en el presente triste y en un mañana melancólico,
sin futuro en la interacción de la jauría
procreándose y matándose sin compasión.
La brisa espolvorea las calles, azota los árboles
y produce cierto sinsentido.
La Amante Ciega evoca fragancias, camina imperiosa.
En medio de la muchedumbre levanta el rostro,
moldea los labios y los hechizados ojos hasta provocar
frenéticos cantos y murmuraciones febriles
en las sombras difusas y lentas de nubes agitadas.
De súbito, sobre la ciudad, los loros pegados a los ramajes
del parque siguen solemnes el paso de un féretro
acompañado de dolientes y de un sacerdote que levanta
los brazos y sigue un antiguo ritual.